Juan García Larrondo. Fotografía de Inma Flores |
Juan García Larrondo asegura que su fuerza son sus palabras. Autor
teatral de éxito y guionista de conocidas series de televisión, siempre ha
apostado por llevar las emociones al extremo, por seducir al espectador sin
engañarlo, por contar buenas historias que enganchen al público. Tras un largo
paréntesis, ha vuelto con fuerzas renovadas y nuevos proyectos. Pese a las
dificultades que atraviesan las artes escénicas, pese a la falta de
financiación y a la pérdida de público, García Larrondo no se rinde: sigue
siendo un rebelde que no se resigna a dejar de soñar.
Juan García Larrondo (El Puerto
de Santa María, 1965) se dio a conocer en el panorama escénico español cuando
recibió en 1989 el II Premio Internacional Teatro Romano de Mérida por su
obra El Último Dios, inspirada en las Memorias
de Adriano de Marguerite Yourcenar. Desde entonces, no ha parado de
escribir y de recibir importantes premios por su trabajo: Primer Premio Marqués
de Bradomín en 1992, Mención Especial en el Premio Nacional de Teatro “Calderón
de la Barca”, Segundo Premio Kutxa-Ciudad de San Sebastián, accésit al XVII
Premio de Teatro Hermanos Machado de Sevilla, finalista del Premio de Teatro
Colosseo D´Oro 2000 de Roma y del Premio Angelo Musco 2004 de la Academia Il
Convivio de Sicilia y ganador del IX Premio “El Espectáculo Teatral” en el 2014
por su comedia Agosto en Buenos
Aires. Larrondo es autor también de otras obras como Mariquita aparece ahogada en una cesta, La Cara Okulta de Selene Sherry, Noche de San Juan y Celeste Flora, su obra más representada
en España y América. En el año 2012, el Centro Andaluz de Teatro inauguró los
actos del Bicentenario de la Constitución de Cádiz con una adaptación suya de
la obra El estado de sitio de
Albert Camus. Larrondo ha trabajado también como guionista de series
televisivas tan conocidas como Plaza
Alta y Arrayán.
Tras un paréntesis de varios
años, ha vuelto con energías renovadas. Nuevas obras, lecturas dramatizadas “Irreverentes”
y nuevas publicaciones.
Últimamente está usted que no para.
He pasado varios años trabajando
de forma casi exclusiva para la televisión y, salvo incursiones ocasionales, he
dejado la escena algo abandonada, es verdad. Pero cuando recibí el encargo del
Centro Andaluz de Teatro para hacer una dramaturgia de la obra de Albert Camus El estado de sitio tuve la
oportunidad de reencontrarme con la escena en su acepción más literaria y
esencial. Siempre fue uno de mis textos de referencia y, al tomar de nuevo
contacto con la pureza y la libertad del verbo dramático, he recordado el por
qué me gusta tanto escribir teatro. Desde entonces he empezado a hacer y a
escribir varias cosas a la vez, como si quisiera recuperar parte del tiempo
perdido. No ha sido fácil volver a coger el pulso ni es sencillo conciliar la rutina
laboral con los horarios caprichosos de las Musas. He aprendido cosas, he crecido,
he menguado… Tampoco me marché del todo, aunque sí que es cierto que mi
relación con el mundo ha cambiado, que algunas de las personas que conocía ya no
están donde estaban… Quizás he llegado a
ese momento en el que necesitaba parar, recuperar aliento y empezar de nuevo. O
quizás todo sucede simplemente cuando tiene que suceder. Confieso que ahora
mismo tengo la cabeza llena de proyectos, de tareas pendientes y que, de alguna
manera u otra, necesito soltar lastre si no quiero reventar…
Desde su situación privilegiada de autor que ha sido capaz de tomarse
un tiempo para hacer otras cosas y volver, ¿cuál sería su diagnóstico del
teatro actual?
Supongo que seguirá gozando de
una mala salud crónica y aferrándose a la vida con desesperación, como es
habitual. El teatro es atemporal pero también es retrato de su época y, en
estos tiempos convulsos, de tanta competencia mediática y de excesos de
información, el talento abunda en la misma proporción en la que falta. Los
estrenos se suceden uno tras otro a velocidad de vértigo pero nuestra capacidad
de sorprendernos y nuestra memoria no creo que vayan al mismo ritmo. Cuando empecé,
no hacía falta que hubiese un teatro en cada pueblo. Ahora es maravilloso que
haya decenas de autores, de actores y de espectáculos en cartelera y podamos
elegir qué ver casi como el que pide comida a domicilio, pero me temo que en
este firmamento no habrá sitio para que brillen a la vez tantísimas estrellas.
El teatro, como hito literario o espiritual, mientras sea capaz de emocionar y
sobrecoger a nuestros corazones, siempre sobrevivirá. Tengo la sensación de que
está mutando, de que se reinventa y trata de mantenerse en espacios
alternativos, en forma de microteatro o mezclándose con otros géneros mientras
que vuelve a recuperar el lugar y el sentido por los que existe o encuentra un
nuevo medio en el que resucitar. Soy incapaz de tener conocimiento de todo lo
que se crea o se hace a nivel escénico. Voy a mi ritmo y, desde mi exilio, sigo
creyendo que el teatro surgió entre las sombras de una caverna para explicarnos
las verdades y mentiras de nuestras entrañas. Observo y oigo lo que abarca mi
imaginación o mi silencio. Y de ahí brotan mis palabras y mis máscaras. No hay
experiencia más peligrosa y excitante para el espectador que reconocer en el
teatro el reflejo de su más cruda realidad.
Juan García Larrondo. Fotografía de Inma Flores. |
¿Es cada vez más difícil escribir teatro en España y publicar?
Lo realmente difícil es publicar
o dar a conocer lo que se escribe, que es mucho más de lo que se llega jamás a
estrenar. Escribir teatro para que luego se amontonen esas obras en nuestros ordenadores
o en los cajones de los comités de lecturas de las compañías o de las
editoriales sin que, en ocasiones, ni siquiera te contesten, es bastante
desalentador. Por otro lado, el hecho de publicar teatro es una empresa
heroica, casi suicida. No es un género que se demande y, salvo contadas
editoriales o librerías especializadas, no es habitual que la gente compre teatro
contemporáneo para leer. La inmensa mayoría de las personas jamás ha leído ni
nunca leerá una obra de teatro y algunos piensan que un texto teatral no es
Literatura. Lo más incomprensible es que incluso muchos escritores e
instituciones literarias también lo entiendan así. Parece ser que los autores
de teatro somos una casta aparte, inferior, incluso molesta. No somos rentables
para el mercado editorial. Estoy convencido de que la mayor parte del teatro
que hoy se escribe en nuestro país jamás llegará a ser representado ni leído
por nadie.
Es usted un autor premiado con una larga trayectoria, ¿por qué
televisión?
Pues por que ser guionista para
series de televisión es un medio de comunicación de masas en el que, si tienes
la suerte de estar, puedes permitirte vivir de tu trabajo, cosa que no es nada
fácil en el mundo del teatro. En la televisión no estás ni creas en soledad. No
eres visible, es cierto. Formas parte de un equipo, de una cadena, de un
proyecto del que tú eres un eslabón donde todo está muy marcado y que no
siempre está valorado como merece. El mundo de la ficción televisiva atraviesa
un buen momento, aparentemente, pero solo para unas pocas productoras que están
vinculadas a grandes grupos de comunicación a nivel nacional. En Madrid hay
series en cola para ser emitidas y también muchos guionistas en paro con ideas,
biblias o tratamientos que jamás se rodarán, al igual que en el cine. Aquí en
Andalucía, cuando se terminó la serie Arrayán,
alrededor de cien profesionales se fueron a la calle y Canal Sur no pudo o no
quiso absorberlos. La realidad es mucho más dramática de lo que nos
muestra la pantalla de un televisor.
¿Cómo se adaptó al nuevo medio?
Al principio no fue
fácil. Tuve que aprender a usar lenguajes más cotidianos, a escribir
parlamentos más cortos y olvidarme de esos largos monólogos que el teatro sí te
permite concebir. Aprendí a sintetizar, a ajustarme a otros tiempos y a
trabajar en equipo. Por eso también necesitaba reconciliarme con la Literatura
dramática y con mi propia voz. La televisión me ha enseñado a escribir de formas
diferentes y a distinguir para qué o para quién quiero hacerme oír. Es un
trabajo duro a la vez que fascinante al que espero regresar algún día.
Las artes escénicas son uno de los sectores culturales más castigados
por la crisis. ¿Cómo sobrevivir?
Hasta que este país no considere
la cultura un asunto de Estado, un bien para el ciudadano, los creadores que no
seamos elegidos o estrenados siempre seremos unos desconocidos. El público en
general siente cierto recelo hacia entidades como la SGAE, pero su existencia es
necesaria. Nadie niega, por ejemplo, los derechos de imagen de un futbolista.
Sin embargo no pasa lo mismo con los creadores o los artistas. Cuando
reivindicamos nuestros derechos intelectuales sobre algo, hay quien piensa que
le estamos robando algo que cree que le pertenece de forma absolutamente
gratuita. Escribir teatro es casi artesanía pura: trabajas en algo que te
apasiona para apenas malvivir de ello. Y la verdad, el hambre no agudiza el
ingenio, como dice el refrán. Eso es indignante. Creamos mejor si estamos
valorados. Y crearemos mejor, si lo que hacemos se valora como merece. La idea
de que la cultura debe ser gratuita solo genera mayor pobreza para todos. De
todas maneras, debe haber espacios para que el teatro tenga su hueco, para que
sea leído o representado con dignidad. Insisto: hay gente que nunca ha leído una
obra de teatro y es una pena, porque la mejor representación que se puede hacer
de un texto teatral es la que escenifica al leerlo un espectador en su cerebro.
Juan García Larrondo en la Biblioteca del Centro Andaluz de Artes Escénicas de Andalucía. Fotografía de Inma Flores. |
No ha dejado de trabajar y sigue disfrutando con ello. Es usted un
dramaturgo incombustible.
En absoluto. Me quemo con
muchísima facilidad. Es cierto que vivimos tiempos precarios, pero nunca pierdo
la esperanza de que lleguen otros mejores. Por eso hay que seguir escribiendo,
por encargo o por inspiración, porque lo mágico del teatro es que, una vez
escrito, nunca sabes cuándo puede llegar alguien y volverlo a levantar. Me
consuela saber que no estoy solo, que lo que hago puede resucitar algún día en
las mentes de otras personas y hacerle la vida un poquito más hermosa a los
demás. Eso es lo único que no tiene precio en el Arte y se comparte de manera
gratuita: ayuda a vivir, a soñar, a pensar, a imaginar e, incluso, a perdonar.
Su última obra se llama “Agosto en buenos aires”, pero sucede en
Cádiz.
Sucede en un Cádiz futuro e imaginario.
Es una comedia, un sainete “moderno” que narra la historia de amor de una
pareja de chicos con problemas económicos. Antes de irse de viaje, deciden
poner en alquiler su apartamento a una madre y a una hija llegadas desde la
Argentina pero, luego, el viaje se suspende y tienen que convivir los cuatro
juntos durante un tórrido mes de agosto. Obviamente, aunque al principio todo parece
ser divertido, luego la aventura se complica. Aparecen de repente unos fantasmas,
una de las argentinas es un poco bruja y trata de enamorar a uno de los chicos
utilizando malas artes de hechicera para casarlo con su hija a la vez que
también lo desea para ella… En fin, más o menos cosas que ya escribieron los
griegos hace algún que otro milenio pero contado ahora con acento de
“gaditango”.
No se ha cortado…
Nunca he sido políticamente
correcto (ríe) y nunca me ha gustado poner límites a mi imaginación. Es
una obra divertida, que se ríe de cosas serias, sin intenciones de ofender pero
sí de hacer reflexionar. Siempre me ha parecido interesante llevar hasta el
extremo las emociones y no suelo ponerles trabas a mis personajes. Avanzan
libres. De hecho, en esta obra en concreto, la comedia termina dando un giro
hacia el drama y hay un momento en que se torna bastante oscura. Me entusiasma
el melodrama, ¿qué le voy a hacer? Me gusta que el Teatro me recuerde a la
vida. Y viceversa. Y, al mismo tiempo, también me gusta que abandone luego todo
atisbo de realidad. Creo que al espectador hay que seducirlo sin engañarlo, que
él crea como verosímil lo que se le está contando, aunque la obra sea de
extraterrestres, de hermafroditas o de seres humanos normales y corrientes.
Mientras que sea una buena historia y seamos capaces de contarla bien…
¿Para cuándo podremos verla en escena?
Hay iniciativas, pero de momento no
financiación. ¿Conoces a algún productor al que podamos echarle el anzuelo?
(risas) Ya veremos si este tango se llega alguna vez a bailar en los escenarios
o no…
¿Qué queda del Juan García Larrondo de “Celeste Flora”?
“Celeste Flora” fue mi
primer estreno. Fue la tercera obra que escribí, pero la primera que vi en
cartel. Fue como mi puesta de largo. También fue una verdadera historia de amor
con el grupo gaditano Albanta, que la representó por primera vez en 1993 y
luego una década más tarde.
Quizás ahora sea una persona más
conformada en las cosas rutinarias y más realista en las inalcanzables. No me
rindo, es verdad. En parte, sigo siendo ese escritor rebelde de “Celeste Flora”
que se revuelve ante los tópicos y ante los encasillamientos del comportamiento
humano. Continúo buscando luces, pero he aprendido a mimetizarme con la sombra.
Como individuo ya me da igual ser convencional, pero intento que mi obra no lo
sea. Aunque pueda mal interpretarse o sonar presuntuoso, creo que todo lo que
escribo me supera y es mejor que yo. Y eso que a menudo pienso que debería
guardar más silencio.
Juan García Larrondo. Fotografía de Inma Flores. |
Nuevas obras, premios, lecturas dramatizadas de sus textos…
¿Cuéntenos qué está preparando ahora?
Estoy preparando la publicación
de varios libros. Uno de ellos es “Diálogos, Fragmentos y otras Levanteras”,
una antología de mi obra dramática escrita hasta la fecha que incluye obras
breves, fragmentos de obras editadas y, también, otras piezas como guiones
televisivos o, incluso, poesía. El libro, que contendrá también enlaces para
acceder a contenidos interactivos, se presentará este próximo otoño.
Por otro lado, estoy trabajando
en la reescritura y reedición de varios textos antiguos y escribiendo una
obra nueva que, para variar, volverá a ser un melodrama sobre encuentros y
desencuentros afectivos. Es un regalo que prometí a unas personas a las que
quiero enormemente y las que les tengo mucho que agradecer, así que espero que
les guste y la veamos pronto en los escenarios. Tengo verdadero síndrome de
abstinencia por volver. ¡Lo que necesito es tiempo y un mecenas como los de
antes!
Autor/a: Mª Ángeles Robles
Periodista especializada en temas culturales. Ha
trabajado en Diario de Cádiz, en la agencia de noticias Europa Press y ha sido
redactora y fundadora del periódico “El Independiente” de Cádiz. Colaboradora
habitual de diversas publicaciones culturales en las que ha escrito teatro,
cine, poesía y literatura.
Fotografías: Inma Flores.
Entrevista original publicada en la Revista digital CAOCULTURA el 29 de junio de 2015. La presente transcripción ha sido modificada por el autor en julio 2016.
http://caocultura.com/entrevista-juan-garcia-larrondo/
No hay comentarios:
Publicar un comentario