viernes, 12 de octubre de 2018

EN TORNO A LA METÁFORA Y SIMBOLOGÍA DE "ZENOBIA"

La obra teatral "Zenobia" de Juan García Larrondo, escrita en 1989, vuelve a ver la luz en "Theatrvm Fugit (Editorial Dalya, 2017), un volumen en el que se recopilan las primeras obras del dramaturgo gaditano.



Como en "El último dios", su obra anterior, "Zenobia" retoma también un pasaje de la Antigüedad pero, en esta ocasión, el autor nos lo evoca con una implicación distinta, casi mística, concibiendo un drama con una estructura innovadora y llena de simbolismos, en una mezcla de mitos clásicos con elementos modernos que, ciertamente, la convierten en una pieza atemporal. Aunque el argumento gire en torno a la biografía de la reina siria de Palmira que habitó en el siglo III de nuestra era, se trata más de una reflexión poética e, incluso, religiosa, sobre el poder y la fugacidad de la existencia. La obra está salpicada de referencias bíblicas y presenta varios saltos en el tiempo, configurando un bucle condenado eternamente a repetirse. “Zenobia” aún permanece inédita en la escena pero, lamentablemente, la historia de esa mujer que retó a la dominación romana hace muchos siglos, todavía parece seguir "representándose" casi dos milenios después en los mismos escenarios donde nacieron sus leyendas.

Diseños de José Díaz Cardero a la nueva edición de "Zenobia" de Juan García Larrondo incluida en el volumen "Theatrvm Fugit" (Editorial Dalya, 2017)

PRÓLOGO A ESTA NUEVA EDICIÓN:



EN TORNO A LA METÁFORA Y SIMBOLOGÍA DE "ZENOBIA" 



Y lucían las estrellas... 
Así reza el principio del monólogo de Cavaradossi ante el cruel final de "Tosca". La conclusión: nunca había amado tanto la vida. Sin embargo, Tosca se precipita desde Sant´Angelo. Un epílogo piadosamente justo para las ambiciones de una mujer que probó en sus labios el sabor de la plenitud y el poder. El orden natural de las cosas, alterado por el supremo ordenador que es el hombre, justifica en nuestros propios errores la imperfección con la que fuimos creados, formados o depositados en sociedad. Cayó como un Ángel la desesperada protagonista de la ópera de Puccini, pues la gravedad de nuestro Atlas es implacable. Aunque no todo lo que se eleva se estrella contra la tragedia humana con la misma intensidad. ¡Cuántos hombres y mujeres han acabado o acabarán exiliados -en el mejor de los casos- o silenciados por el resentimiento vengativo de un pueblo en manos de la ira o por el olvido y el infortunio! ¡Cuántas de sus memorias perdidas o manipuladas! Y, sin embargo, no dejan de lucir las estrellas, como tampoco se detiene el orden del Universo y la armonía terrenal. Así también se escribe nuestro legado, con los nombres y apodos de los caídos –inciertos o no- , con la sangre y las frustraciones de seres abocados desde el principio a la soledad, a servir de blanco en los procesos históricos que dan ritmo a las eras o a morir por la teoría de la uniformidad. La gloria es la más seductora de todas las tentaciones. 


La reina Septimia Zenobia, que habitó durante el siglo III de nuestra era y que luchó contra el Imperio Romano no supuso, en cualquier caso, una excepción. Fue tentada, luchó por sus anhelos o principios y luego todo lo perdió. Zenobia quedó, teóricamente, vencida por la justicia poética de la Historia y, aunque fueron luego sus vencedores quienes nos transcribieron su "biografía", su recuerdo permanece en la conciencia imperturbable de los tiempos y en los vestigios, cenizas, vacíos y calvarios de una de las urbes más extraordinarias de las civilizaciones antiguas: Palmira. Ciudad que, paradójicamente, aún sigue siendo renombrada no ya solo por la belleza de sus ruinas y por ser un popular enclave turístico, sino por estar también sempiternamente sometida –quizás como lo estuvo siempre- a otro tipo de fundamentalismos y barbaries. 


A pesar de todo, la ausencia de Zenobia permanece todavía grabada en mi corazón con la misma intensidad que un pasaje de mi vida. Sus miserias me interesan aún tanto como las mías pues, de alguna u otra manera, todos somos inicio y conclusión de una providencia que, a veces, es intuida e, incluso, deseada y, de la cual, acabamos siendo víctimas. Y así, la nada, engrandecida, hermoseada, vuelve siempre a ser simple y llanamente lo que es: nada. Por ello, al escribir “Zenobia”, preferí conscientemente profundizar en mi propia predestinación para hallar una intuición; el camino desde una mujer que habitó muchos siglos antes que yo, y describir, con su voz (o, al menos, intentarlo), el largo proceso hacia la intolerancia de los hombres. Hacia los hombres del ayer y del presente atroz del que, desgraciadamente, nos toca ser espectadores: De hecho, mientras reescribo este preludio, otras tropas sitian el yacimiento arqueológico de Palmira y unos críos, uniformados como militares, fusilan disparando en la cabeza a decenas de personas en las ruinas de su teatro romano, mientras que un público eufórico les vitorea desde las gradas como si fueran héroes o cadáveres del mañana. La realidad es el más terrible de los dramas y los muertos sobre las arenas de Palmira amortajan mis palabras. Todo cambia demasiado deprisa y las vidas se evaporan antes que las propias lágrimas. El mundo asiste, atónito, a ejecuciones masivas televisadas en el mismo escenario desde donde hace milenios nos encogían el corazón los versos de Eurípides o de Esquilo. ¿Cómo encajar que todos sigamos formando parte de una misma especie? La Historia nos sobrepasa, nos espanta, nos adelanta y vuelve a trazar una parábola imposible de ser comprendida o controlada. Mi mundo, mi formación, mi cultura, mi acervo, mi genoma y mi civilización entera siguen derramando una sangre que no me es ajena. A mi humilde manera, necesito vindicarla con las únicas armas que me quedan: el amor, el lenguaje y la memoria. Mi incursión, por lo tanto, es mucho más pacífica, semejante a la de aquellos antiguos viajeros que nunca estuvieron presentes en el lugar de los hechos pero los recrearon en sus mentes gracias a los libros, los museos, los grabados y las narraciones de quienes sí fueron testigos de los acontecimientos. Desde mi exilio, para escribir esta obra, imaginé la acción y dispuse las palabras. Lo demás, es pura ucronía aderezada de leyenda. El margen de error es tan amplio o mínimo como podría serlo la reconstrucción de la vida de un amante, de una madre o de una hermana. He ido más allá de las verdades muertas, de las fuentes, para resucitar la "Zenobia" que se está gestando en mí, que sobrevive en mi verbo. Las difuminadas y triviales realidades de hace diecisiete siglos se me escapan con la misma fragilidad y fantasía que mi propia infancia, plagada de vacíos que nunca recordaré y que ya nadie podrá reconstruir por mí. 


En este texto, redactado a la manera de los dramones antiguos, no he pretendido ensalzar ni justificar las acciones de la princesa siria que retó a la Roma moribunda de la anarquía militar. No tengo ni el derecho ni la posibilidad de juzgarla. Su vida ahora es mi invención. La obra permanecerá, por lo tanto, siempre incompleta frente al devenir. A pesar de todo, varios intentos acabaron -por fortuna- siendo destruidos. La nada debe concluirse, como la vida, definitivamente hasta el fin. 

¿Se parecería la reina Zenobia a esta maravillosa escultura de Philippe Faraut?

Respecto a la metáfora final, necesitaba una voz, una conciencia sobrehumana que me excluyera lo suficiente como para distinguirme de sus miedos y pecados sin alejarme demasiado de los míos; una presencia “amiga” que me aclarara el largo monólogo de Zenobia. Y la hallé en Luzbel, en el Ángel Caído, quizás el ejemplo y el detonante más paradigmático de esta tragicomedia que es, al fin y al cabo, la Creación. 


Por añadidura, ya sólo me quedaba teorizar sobre el poder, y tomar conciencia de que no se había inventando apenas nada nuevo al respecto desde la Antigüedad, ninguna aportación crucial posterior a la Biblia o el caos: Augusto, Aureliano, Maquiavelo, De Vitoria, Roma, Damasco, los fundamentalismos religiosos... demasiados nombres para un sólo verbo: poder. Fue entonces cuando Zenobia me desbordó y usó mi lengua para agitar la suya. Salvo por las obvias diferencias de espacio y tiempo que nos separan, solo fuimos simples émulos y antagonistas perdidos en el laberinto y ambos somos ahora obra del mismo dramaturgo. Los dos hemos sido vencidos y nos hemos sentido impotentes ante similares espejismos que nos han hecho ver hermosos resplandores en el perfil del Universo. Como cualquier otro mortal. Como cualquier otro personaje que nace para morir de un tiro en la sien, resucitar o alcanzar la eternidad en la cávea de un teatro. 

Sin embargo, antes de cerrar la última página y dar por concluido el acontecimiento en sí, quien debe apurar ahora su caída soy yo. Lo haré, si es posible, al igual que Tosca: tratando de contemplar el lucir de las estrellas y sin dejar de amar la vida y a esta extraña raza a la que pertenezco, pero mucho me temo que, mientras me precipito, yo no contaré ni con los besos ni con el abrazo de Luzbel… 

Juan García Larrondo 

1990 / 2015

La obra "Zenobia" se incluye en el volumen "Theatrvm Fugit" de Juan García Larrondo. Disponible en http://theatrvm-fugit.edalya.com/
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